Autor: MTF. Carolina Téllez Estrada

Para responder esta pregunta que también resulta frecuente, es importante saber ¿cómo es que se posibilita una relación de abuso?

Aunque en la imaginación las personas suelen creer que el abuso sexual es posible a través de las amenazas y la violencia, la realidad es que el abuso sexual inicia con una relación cercana de afecto entre el agresor y su víctima.

Generalmente, se trata de una persona cercana al niño, niña o adolescente, quien le ofrece afecto, atenciones, en ocasiones regalos, haciéndole sentir especial y sobre todo le brinda atención, cariño y cuidados.

El agresor, además, tiende a ganarse la confianza de la familia del niño, niña o adolescente, o es parte del círculo familiar, lo que permite que pueda pasar tiempo a solas, brindar regalos y normalmente, la familia le tiene en alta estima por la cercanía, incluso confían al punto de pedirle que le aconseje, le ayude por la influencia positiva que parece tener, sin darse cuenta de las intenciones que realmente tiene el agresor, quien poco a poco va ganándose la confianza, acercándose físicamente, haciéndole ver al niño, niña o adolescente, lo que le conviene que vea.

De esta manera, al agresor le resulta más sencillo pasar tiempo en privado con el niño, niña o adolescente, a través de pequeños viajes, solicitudes de ayuda en tareas de su casa o lugares donde sabe que estará fuera del alcance de otras miradas, y así, comienza a invadir el espacio físico de su víctima hasta abusar de el/ella.

A este proceso se le llama grooming o acicalamiento, como cuando se acaricia un gato.

Por su parte, en la relación con el niño, niña o adolescente, el agresor va siendo cada vez más cariñoso, le hace sentir cómodo en su compañía y le hace sentir especial. Por su parte, el niño, niña o adolescente, va respondiendo a estas atenciones con alegría, gratitud y correspondiendo a este cariño desde la inocencia y candidez que les caracterizan, pues todos los seres humanos necesitamos afecto.

Cuando las conductas abusivas se hacen presentes, normalmente van de menos a más, el niño, niña o adolescente se pregunta si no habrá mal interpretado las cosas, para después darse cuenta de que no, pero cuenta con las palabras de su agresor que le hacen pensar que ha sido todo un juego, que su relación es única y especial y que además nadie la podría entender… muchas veces amenazando implícitamente con que de saberse algo horrible pasaría y nunca más podrían volver a verse.

Ante esta confusión en la que hay un gran cariño y al mismo tiempo la sensación de que algo no está bien, el niño, niña o adolescente privilegia el cariño, incitado además por su agresor quién se asegura de ser todavía más cariñoso y atento.

Peor aún, de manera hábil, el agresor le hace creer que todo ha sido su culpa, que si el niño, niña o adolescente no fuera tan.., (lindo, coqueto, cariñoso, afectivo o cualquier otra característica que tuviera para usar en su contra), el agresor no habría hecho lo que hizo, con lo que le hace sentir culpable y hasta responsable de las conductas de su agresor.

Y así pueden transcurrir años en los que la confusión, la vergüenza y la culpa impiden que el niño, niña o adolescente se atreva a decir lo que realmente ocurrió.

En ocasiones dice algo, intenta revelar lo que está sucediendo, pero ante el gran aprecio que la familia tiene del agresor, muchas veces no es creído, le hacen creer que está mal interpretando o que realmente ha mentido, lo que termina por silenciarlo.

Por ello, es tan importante que cuando un niño, niña o adolescente nos hable acerca de que está pasando algo que no le gusta con algún adulto cercano a su alrededor, escuchemos, creamos y tomemos medidas para que ese adulto deje de tener acceso a él o ella.

Recordemos siempre que, no importa de quién se trate, el responsable de sus conductas siempre será el adulto.

Artículo publicado en: Diócesis de San Juan de los Lagos, Boletín de Pastoral 493, julio de 2021, pp. 20-21.